Para muchas culturas las montañas han sido y son lugares sagrados. Tierras que separan naciones y unen pueblos, lugares donde el hombre percibe fuerzas que apenas entiende y que sintiendo su intensidad,"se siente" libre. Y así busca su fuerza, su energía, su placer, en las alturas, en los vientos, en los colores, en los otros. Compartiendo el mundo con los dioses...Y yo me incluyo.
He aquí algunos de esos momentos
La noche previa la pasé cerca de las Vilas del Turbón. El hotel estaba cerrado y las casas de alrededor
vacías, lo que daba a la zona un aspecto fantasmal, no había un alma. Así discurriría toda la jornada siguiente hasta que llegué de vuelta a Aínsa.
La ruta sigue inicialmente la vía más frecuentada pero cuando veo de frente el collado hago un giro brusco hacia la izquierda hacia los farallones de roca buscando el Corredor de las Fuevas, que si bien de lejos parece de difícil acceso no es así, ni siquiera hace falta apoyar las manos. El corredor acaba en la meseta cimera que su primera mitad es llana y luego de pendiente moderada hasta la cima. Las vistas son increíbles, todas las grandes cumbres de Benasque, la Peña Montañesa, dónde estuve ayer y las cumbres del Valle de Arán.
a la salida del Corredor de las Fuevas
cumbres de Benasque
al lado, Peña Montañesa
El descenso será por la ruta más normal ,por pendientes suaves de suelo rocoso primero, campas después y finalmente el sendero que me dejará en la pista antes del punto de salida
Cáseda era al pueblo de Javi. No
lo conocí mucho pero sabía de su gran pasión por la bici y por su pueblo. Así
que tenía que visitar su terreno y me llevé una gran sorpresa. Resultó ser una zona
estupenda para la btt, un terreno de senderos, bosques y montaña.
La ruta tras unos pocos kilómetros bordeando el Canal de la Bardena enseguida discurre
por senderos sinuosos, tras pasar un sembrado que seguro que se puede evitar, entonces con tierra muy húmeda que lo hizo muy difícil de ciclar. Llego a Torre de Peña dónde arranca una bonita pista que acaba cerca del despoblado de Peña.
Este pueblo abandonado, en lo alto de un monte, es un
lugar mágico, dónde seguro que de noche se sienten sus fantasmas. La entrada
por un sendero y bajo el arco de su iglesia fortaleza del siglo XII es para
recordar. Las vistas son espectaculares. Para iniciar el descenso hay que pasar por un curioso y estrecho paso con la bici por delante y sujeto a una sirga. El sendero es una pasada, con pasos para mí muy técnicos a veces, pero muy divertido.
Una vez abajo me cruzo con un
ciclista sangüesino, que buen conocedor de la zona, me guía por caminos y
senderos facilitándome la ruta, hasta la bonita ermita de San Zoilo. ¡Gracias Huracán!
El camino continúa ahora cuesta arriba por una pista muy pedregosa y entre arbolado, por un terreno que a veces me obliga a bajar de la bici. Cruzo la carretera y sigo subiendo por pista y camino en dirección a la cumbre de San Pedro. En un momento dado el camino gira 90 grados
por un terreno empinado que hace llevar la bici en la mano hasta cerca de la cumbre, en un mirador que da a la llanada de Cáseda y Valle de Aibar. Otra vez unas vistas estupendas. Y otra vez una tremenda bajada, entre robles primero y bojes después y con vistas siempre al Valle de Aibar. Sigo bajando con algún despiste por la velocidad que cojo en un tramo de pista. Continúa la senda entre robles y cuando esta se abre hacia la llanada de Cáseda me despisto
al grabar y salgo volando por encima de la bici. No ha pasado nada salvo salvo golpes en las piernas pero el GPS ha salido volando. Me adelantan entonces tres ciclistas locales, que bajaban con mucho nivel y que se ofrecen para guiarme por los senderos hasta el pueblo. Espectacular verlos bajar, allí donde yo echaba pie a tierra ellos saltaban para salvar el obstáculo. Pero lo mejor es que el más joven, con un nivel como el que más y con “pitera” ¡tenía 10 años! ¡Qué futuro!
Estos chavales, más majos que para qué, me fueron guiando con paciencia, pues me
costaba seguirlos, por los endureros senderos que llevan al pueblo. Estaban encantados de que gente de fuera conociera su zona. Seguro que a Javi también lo hubiera estado.
Después de estos días en la
Sierra de Albarracín tenía ganas de volver a andar por la montaña. Sabía que
continuaba el mal tiempo agarrado al eje central del Pirineo así que
desplazarme a su sur era una buena idea. Fue un gran cambio pasar de los 2
grados y medio con los que salía en Albarracín a los 23 grados que me encontré
en Aínsa. Tras una compra rápida me desplazo al monasterio de San Victorian (San Beturián en aragonés) en
la vertiente sur de la Peña Montañesa. Aquí se levantó un primer monasterio en
el siglo sexto, el más antiguo de la península, casi nada, y seguramente habría
un lugar de culto pagano ya en el lugar.
El sendero discurre entre hayedos, algo de prado, arbustos bajos después, pino negro y roca desnuda al final. Siempre rodeados de grandes paredes o barrancos con grandes espacios abiertos a nuestras espaldas. Al norte hoy el Pirineo está oculto debajo de una gran nube apareciendo solo la nieve de sus laderas. Tras disfrutar un buen rato en la cima vuelvo después a callejear por el bonito pueblo de Aínsa, extrañamente sin turismo, para continuar después al siguiente destino: las Vilas del Turbón
La ruta de ese día resultó ser la más
bonita de aquellos días en la Sierra de Albarracín. Comienza en el pueblo de
Albarracín para seguir por carretera hasta Torres de Albarracín. Este tramo me
pareció peligroso por las curvas y la ausencia de arcén, especialmente el paso
del túnel a la salida del pueblo, menos mal que hay poco turismo (estos días Madrid
estaba confinado) y que a estas horas hay poco tráfico. Pronto después
empiezan buenas cuestas hacia el primer alto de la jornada por un terreno más
árido que los días anteriores pero siempre bonito. Tras el descenso al pueblo
de Monterde, zona que a veces recuerda algunos valles del Atlas marroquí, una
subida moderada y mantenida me deja en unos altos donde rodaría un buen rato en
entorno casi estepario. Cuando inicio el descenso unos aviones de guerra
maniobraban por encima de mí. Impresionaba verlos tan cerca y el ruido que
hacían. No puedo imaginar el miedo qué puede pasar un civil en tiempos de
guerra con estas máquinas cerca. Continúo en descenso por este terreno árido
pero no exento de belleza hasta llegar al descenso final al pueblo de
Albarracín. La senda final es una maravilla, técnica, divertida y encajonada
entre barrancos para llegar justo encima del pueblo y sus murallas. Recorrer
desde la parte más alta las solitarias y retorcidas calles fue el colofón
perfecto para estos días de esta tierra para mi desconocida
Llevamos
ya 10 días sin poder salir de Navarra y todo apunta que en unos pocos días nos
van a confinar a todos en casa como en marzo. Así que quiero aprovechar para
disfrutar de los últimos colores del otoño, del ruido de las hojas al andar por
un hayedo, del viento y de la luz oblicua de estas fechas. El Valle del
Roncal y en concreto la Paquiza de Linzola tiene mucho de todo esto. Es una
ruta para disfrutar de los sentidos antes que se vean limitados por paredes de
ladrillo. Hasta pude pisar lo que queda de las primeras nieves caídas que
anuncian el próximo cambio de color. ¡Ojalá podamos verlo y no en una pantalla!