La ruta de ese día resultó ser la más
bonita de aquellos días en la Sierra de Albarracín. Comienza en el pueblo de
Albarracín para seguir por carretera hasta Torres de Albarracín. Este tramo me
pareció peligroso por las curvas y la ausencia de arcén, especialmente el paso
del túnel a la salida del pueblo, menos mal que hay poco turismo (estos días Madrid
estaba confinado) y que a estas horas hay poco tráfico. Pronto después
empiezan buenas cuestas hacia el primer alto de la jornada por un terreno más
árido que los días anteriores pero siempre bonito. Tras el descenso al pueblo
de Monterde, zona que a veces recuerda algunos valles del Atlas marroquí, una
subida moderada y mantenida me deja en unos altos donde rodaría un buen rato en
entorno casi estepario. Cuando inicio el descenso unos aviones de guerra
maniobraban por encima de mí. Impresionaba verlos tan cerca y el ruido que
hacían. No puedo imaginar el miedo qué puede pasar un civil en tiempos de
guerra con estas máquinas cerca. Continúo en descenso por este terreno árido
pero no exento de belleza hasta llegar al descenso final al pueblo de
Albarracín. La senda final es una maravilla, técnica, divertida y encajonada
entre barrancos para llegar justo encima del pueblo y sus murallas. Recorrer
desde la parte más alta las solitarias y retorcidas calles fue el colofón
perfecto para estos días de esta tierra para mi desconocida
Para muchas culturas las montañas han sido y son lugares sagrados. Tierras que separan naciones y unen pueblos, lugares donde el hombre percibe fuerzas que apenas entiende y que sintiendo su intensidad,"se siente" libre. Y así busca su fuerza, su energía, su placer, en las alturas, en los vientos, en los colores, en los otros. Compartiendo el mundo con los dioses...Y yo me incluyo. He aquí algunos de esos momentos
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