Para muchas culturas las montañas han sido y son lugares sagrados. Tierras que separan naciones y unen pueblos, lugares donde el hombre percibe fuerzas que apenas entiende y que sintiendo su intensidad,"se siente" libre. Y así busca su fuerza, su energía, su placer, en las alturas, en los vientos, en los colores, en los otros. Compartiendo el mundo con los dioses...Y yo me incluyo.
He aquí algunos de esos momentos
Aquel bandolero del siglo XV, Sancho de Rota, o Sanchicorrota, o Sanchorota, seguro que se escondió en rincones como el Vedado de Eguaras ,por donde paso en esta ruta. Un valle escondido en El Plano, en la Bardena Blanca . Hasta hace muy poco era un vergel al que los sucesivos incendios han esquilmado, pero sigue siendo un bonito lugar. Posiblemente también subiría al otro punto importante de la ruta: la Punta de la Estroza, que tiene una de las mejores panorámicas de las Bardenas , resultando así un recorrido sencillo pero variado que recorre una parte de la Bardena Blanca
Hoy repito la primera edición de esta marcha BTT en Carcastillo, un pueblo “congozante” en el norte de La Bardena. El recorrido, en este caso el corto, me sorprendió mucho. Parece mentira que, en una zona tan árida, entre sus pinares, hayan encontrado sendas tan bonitas. Además, en esta época del año, la zona estaba especialmente verde.
Aunque el recorrido era corto, algunos tramos son bastante técnicos. Todavía me duele el costado después de salir volando tras un pequeño escalón. Algunas sendas, en ese momento, estaban totalmente tragadas por las ortigas. Una vez dentro, no se me ocurrió otra cosa que empujar la bici por delante, intentando apartarlas, pues me llegaban hasta el cuello. Menos mal que iba de largo y, para mi sorpresa, no he tenido mayores consecuencias tras ese tramo
Partimos entre las grietas del glaciar cubiertas de piedras, bajo la sombra de paredes inmensas por las que retumban aludes de rocas. Hay discusiones entre la guía y el cocinero/jefe de los porteadores sobre el camino a seguir, pero pronto , estos,nos demuestran que lo conocen muy bien.
Ascendemos, dejando atrás el glaciar. El aire se enrarece y cada uno lleva su mal de altura como puede. Alcanzamos el Paso Francés, a 5.300 metros. Allí, nuestra guía realiza su rito: se santigua de forma peculiar tres veces, da una vuelta al hito, reza y recoloca las banderas de oración. Un ritual que no entendemos, pero que respetamos en su solemnidad.
Postureo con el Dhaulagiri detrás
Desde aquí descendemos al Valle Escondido. Los glaciares quedan atrás. Todo es árido, inmenso. Las montañas y sus hielos se alejan. Bajamos rápido hasta las tiendas: aún dormimos a más de 5.000 metros. El frío cala hondo.
Campamento en el Valle Escondido
Al día siguiente subimos al Thapa Pass. El entorno es espectacular estamos rodeados de gigantes de siete y ocho mil metros. Los Annapurnas vigilan, eternos.
Los Anapurnas nos vigilan bajando a Yak Kharka
Descendemos por terreno nevado y niebla hasta Yak Kharka. Es la última noche en tienda. Menuda tarta de celebración nos regaló nuestro cocinero, no sabemos como pudo con tan pocos medios.
Marpha marca el regreso a la civilización.
Carreteras y coches. Un choque que hubiéramos preferido evitar.
Seguimos por el fondo de valle que forma el río Kali Gandaki, una de los más profundos del mundo . Primero por pista, luego entre arrozales. La etapa final nos regala millones de escalones cuesta abajo. Llegamos al final del trekking bendecidos con otro rito incomprensible para nosotros, ofrecido por la familia regente de un lodge. Y luego, el típico destartalado todoterreno que nos lleva de regreso a Pokhara.
En Katmandú, el viaje se cierra. El grupo se despide. Queda el recuerdo de la aventurilla vivida y los deseos de volver a compartir otras
Una vez más en Nepal, y sigo viniendo con la misma ilusión. Esta vez, buscando un trekking más bien solitario, visitaríamos el Campo Base del Dhaulagiri, saliendo del valle de Myagdi Khola y finalizando en el Circuito de los Anapurnas. Nos juntamos en Madrid una cuadrilla variopinta: dos parejas de catalanes, una cántabra, un guipuzcoano y yo. Desde el primer momento, se percibe sintonía en el grupo.
Fiesta en Kathmandú (aunque no entendimos que se celebraba)
Empezamos bien: llegamos a Katmandú, que cada vez se va occidentalizando más, pero sin perder su esencia. Después de un día de turismo, que a todos nos supo a poco, emprendemos el viaje. Al día siguiente, cogemos el vuelo a Pokhara con problemas: mi maleta no llega. Salimos entonces muy tarde, lo que, junto a lo destrozado de las pistas por el monzón, nos obliga a pasar una noche en el camino.
Nuestros porteadores, gracias a ellos pudimos hacer este viaje
El viaje en todoterreno por estas pistas no tiene desperdicio. Hasta tuvimos que esperar a que pasara un camión al que una excavadora empujaba desde atrás para que pudiera superar los obstáculos. Inimaginable en nuestro mundo de seguridad y normas.
Falta poco para el Campo Base
Finalmente, iniciamos el trekking. El terreno es selvático y los alojamientos son los típicos que buscas en un trekking con cierto aire de aventura: simples cajones de madera y una manutención sencilla: té y dal bhat. Así llegamos al Campo Base Italiano, a más de 3.000 metros. Aquí nos juntamos con un grupo internacional que intentará más adelante escalar el monte Thapa Peak,mientras nosotros dedicamos un día a aclimatarnos.
Parte inferior de la pared del Dhaulagiri que da al campo base
Aquel día llegó la noticia de que cinco expedicionarios de una expedición rusa al Dhaulagiri se habían quedado en la montaña. Vimos cómo llegaba un helicóptero con algunos de los supervivientes. Todos nos quedamos impactados.
Tras la aclimatación, emprendemos el camino hacia el Campo Base Japonés. El terreno cambia: ya es otro mundo, un mundo mineral. Desde aquí, todo es caminar por un glaciar tapizado de rocas hasta llegar al Campo Base del Dhaulagiri.
Nos impresionan las paredes de montañas de 7.000 metros y, en el macizo del Dhaulagiri, las cumbres de 8.000 metros. Nuestro cerebro no puede asimilar los desniveles de estos muros. Aquí nos encontramos con los restos abandonados de la expedición rusa, junto con los de muchas expediciones anteriores: montones de estacas metálicas, cocinas de queroseno abandonadas, bombonas de butano, basura… Una pena.
Otro año más, y van camino de sesenta, llegó La Alta Ruta de Belagua. Han
sido ediciones con cambios. Los ha habido de nombre y de filosofía, algunos
años se trasladaron de nuestra querida zona de Larra a la de Linza, otras cambiaron
nombre a Alta Ruta Club Deportivo Navarra, Pirene otras, estas con carácter competitivo..
Sin embargo, siempre ha existido un trasfondo social y popular, de reunión de
montañeros y amigos. Nos reunimos para disfrutar de lo que nos apasiona: el
esquí de montaña (verbigracia, la ascensión de hoy al Soum Couy), pero también para compartir buenos momentos, como comer,
tomar una cerveza, y disfrutar de eventos como la entrega de premiso o los
sorteos ¡Larga vida a la Alta Ruta de Belagua!
Y continúo con la segunda parte de aquel lejano viaje a los Altos Tatras eslovacos. Seguimos subiendo y bajando cumbres; el Tri Kopy me dejó un especial recuerdo con sus trepadas y destrepadas, y esos pasos a veces aéreos, y a veces ayudados por cadenas.
Así, el último día, cuando el mal tiempo volvía ,pensamos que al otro lado de la cordillera podríamos tener más suerte. Cruzamos estas montañas y nos trasladamos a Zapokane, que es algo así como el Chamonix de los Tatras polacos.
Zapokane es una ciudad que vive del turismo, con famosas pistas de esquí. Nosotros bordeamos estas pistas para subir al Kraspowy Wierch, coronado por un observatorio, y finalizamos el descenso por las pistas, en las que la nieve ya empezaba a escasear, culminando la experiencia montañera de aquellos estupendos días.
Quedaba, por último, el viaje de vuelta, sin olvidar pasar un día de turismo en Cracovia, donde también me impresionaron, en especial, rincones del antiguo gueto judío de Podgòrze , vestigios del cruel pasado que desapareció, como otros, en la masacrada Polonia de la Segunda Guerra Mundial.
Ya lo echaba de menos; esta es la primera salida que realizo
con el Club Deportivo Navarra en los últimos dos años. Partimos con previsiones
de mal tiempo, y las condiciones resultaron ser peores de lo esperado; casi
todo el trayecto lo hicimos bajo un persistente "orbayu". La
intención era ascender al Petrechema, pero el mal tiempo y la escasa
visibilidad hicieron que fuera inviable. Desde el Collado de Petrechema,
emprendimos el descenso sobre una nieve profunda y muy húmeda, tocaba
esqui-supervivencia y cuidar nuestras rodillas. Así, con los esquís puestos
llegamos al asfalto, en una de las bajadas más largas que se pueden hacer en
esta zona.
Hoy quedé con mi amigo Alejandro, de Madrid, con quien compartí tan buenos momentos hace un año en Dolomitas. Además, es un estupendo esquiador. Madrugamos, pero aun así nos pilló el atasco en Villanúa camino de Astún. No ha habido casi nieve este año, y llevamos varias semanas de mal tiempo hasta ahora. La gente tiene las mismas ansias que nosotros, así que aparcamos tarde y lejos, lo que nos retrasa un poco para subir a la cumbre del Pico de los Monjes. No hay huella hecha, nadie ha subido aún, y nosotros no vamos a ser menos.
Enfilamos directamente desde la base del Pico de los Monjes y, como era de esperar, al no conocer el recorrido ni tener el track a mano, nos emocionamos en el descenso y nos pasamos de largo. Toca remontar. Eso sí, una vez arriba, descendemos hasta la cabaña de la Glera, donde volvemos a poner focas y comenzamos la subida. No hacemos ni caso al track, así que nos liamos. Sin embargo, eso nos permite adentrarnos en un mundo donde todo son montañas de nata, cielo azul y una única línea que se pierde en el infinito. En un momento especial, llegamos hasta la misma cumbre del Pico de Astún, superando alguna cota mas en la cresta fronteriza
Una vez allí, quitamos focas y descendemos hasta el coche, encadenando giros que nos saben a muy, muy poco.
Tras
subir el día anterior al Collado de Peyreget, me quedó claro que las vertientes
de este monte eran las esquiables al trasformar la nieve. Así que hoy repito con
ascensión a la cumbre. Eso sí, con crampones desde el collado, aunque a media pala
final se podía salir a su vertiente más soleada y bajar disfrutando hasta el
coche
Ya estoy como todos los años en el Portalet después de las
primeras nevadas de importancia. Sé que las condiciones no son buenas. Salgo
tarde y aun así solo puedo foquear por las huellas de los raqueteros en
dirección al Pico Canal Roya. Pongo cuchillas en cuanto la nieve se pone pendiente ya rodeado de una
superficie que brilla como un espejo. Enseguida pongo crampones hasta la cima y con ellos tendré que iniciar la bajada para continuarla con esquís solo por la huella de
los raqueteros hasta los metros finales, pues la nieve no ha transformado
nada.Me tomo un descanso y como
la zona del Peyreget lleva muchas horas al sol, allí que voy. Con nieve
primavera acabo la jornada subiendo al Collado de Peyreget y bajo disfrutando
de nieve primavera y dura, pero muy
esquiable hasta el coche